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05 de marzo de 2021


En el estadio Madre de ciudades de Santiago del Estero, River volvió a definir una serie mano a mano, a su favor. Otra vez hizo suya una estrella con un aplomo asombroso, jugando con ambiciones y convicciones claras. Dominando con juego y dinámica el partido ante un Racing que intentó ser protagonista a su modo, con verticalidad, pero sin precisión ni sostenimiento en el tiempo.

Ganó River. De nuevo, ganó River. Como ayer y como hace varios años: jugando un fútbol estético y efectivo. Con líderes futbolísticos en el césped y con su arquitecto a metros del campo.

Su arquitecto y mucho más. Porque es difícil delinear los límites del trabajo del entrenador rojiblanco. Es complejo vislumbrar donde termina su influencia dentro del equipo, el grupo y la institución.

Por consiguiente, expresarse sobre Marcelo Gallardo implica revisarlo y revisarse. Repensarlo repensado, para intentar abordarlo. Descubrir los nuevos matices para sumarlos a los anteriores y comprender la evolución.

Entender este fenómeno como algo particular es necesario, porque desafía el poder del azar en este juego al no dejar casi nada librado a la suerte, al reducir las probabilidades, habitualmente, al terreno muchas veces esquivo de la lógica.


Por eso, describir algo tan amplio como el proceso del entrenador de River en el Millonario, es imposible. Ya sea resumiéndolo en pocas palabras, o en muchas.

Lo que si puede hacerse, es seleccionar algunos aspectos que lo hacen único en nuestro fútbol argento. Y desarrollarlos.

Yo, elijo dos.

Por un lado, la capacidad para convencer a su grupo. Dicen que no es fácil dirigir a los mejores, y es cierto. En lo que pocos reparan es en el hecho de que fue él quien convirtió a muchos buenos futbolistas en los mejores, mientras los dirigía. Sistemáticamente, desde que arribó a la institución a promovido y potenciado a jóvenes del club y ha incorporado potencial que tras su trabajo se convirtieron en espléndidas realidades.

Y por otro lado, me quedo con el hambre voraz de sus equipos. Primero, para no subestimar a nadie, como el león con sus presas. Segundo, para no confiarse jamás y atacar hasta el hartazgo, sin descanso, para no soltar a sus presas, para evitar reacciones del rival.

Esta claro, nadie es siempre ni nada es todo el tiempo. Pero el sostenimiento del nivel de concentración, la alta vara puesta en términos de competitividad y el hambre voraz convierten al proceso de Gallardo en algo trascendente.

Tan transcendente que desafía la lógica de inmediatez e intolerancia que gobierna nuestra sociedad, y en consecuencia nuestro fútbol.