El rojinegro jugó un partido a la altura de lo necesario y se metió, con total justicia en una nueva final. La opinión de César Carignano
Domínguez planificó dos cosas: reducir al rival y aprovechar los momentos que el partido le ofrezca para hacerse protagonista. Y ejecutó ambas casi a la perfección.
Abrió el marcador generando un breve contexto de dominio y amparándose en la eficacia de Rodríguez, y lo cerró con una contra preciso y veloz colmada de buenas decisiones.
Era un partido para demostrar que Colón es un grupo más que un equipo, por ausencias y por cambios de esquemas. Y lo demostró sobradamente.
Corrió, pensó y jugó más y mejor que Independiente. Fue intenso, voraz. Redujo al Rojo prácticamente a la nada misma y no lo dejó volver al partido. No se desenfocó jamás.
Fue contundente y ordenado como el del arranque de este año. Y por ello el resultado se abrazó a la justicia.
Defendió colectivamente espacios, en el empate, sin la pelota. Y se defendió colectivamente con la pelota, cuando estuvo arriba.
Tuvo un corazón que no entra en el Brigadier y un hambre como para seguir enterrando elefantes. Estuvo a la altura de la vara que hoy mismo empujó hacia arriba y se metió con la frente en alto, el pecho inflado y la mirada desafiante en una nueva final.
Entendió que la Santa Fe Rojinegra estaba en las tribunas de alma presente y le rindió tributo.
Tiene hambre, algo que no se compra. Y tiene mesura, para no desenfocarse de su norte aunque la fiesta popular lo seduzca a su alrededor.
Le falta un paso para colgar su estrella en el cielo futbolero argentino, pero el paso de hoy... el paso de hoy no pudo haber sido más sólido.
