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La opinión de César Carignano sobre el ciclo Azconzábal tras su desvinculación de Unión.

22 de septiembre de 2021


Su llegada confirmó lo que decían las voces chilenas que conocían su trabajo en Antofagasta: la firme intención de ser protagonista. Es cierto, que con un mejor arranque esa idea inicial hubiese podido prolongarse y hasta transformarse en la idea madre de su trabajo en Unión. Pero no pudo ser. Los resultados negativos aparecieron más temprano que los rendimientos negativos. Y la inseguridad se hizo presente.

Esos resultados inoportunos, injustos porque no ajustaron a la generosidad, el juego y las intenciones de aquel Unión no ocurrieron exclusivamente por responsabilidad del entrenador. La incapacidad de convertir lo que se generaba y lo caro que se pagaban los primeros errores tienen que ver con la ejecución. Y allí poco puede hacer el conductor. Los ejecutantes son los futbolistas.

Futbolistas jóvenes, es cierto. ¿Responsables? En parte. Pero futbolistas que resultaron la reducción de un plantel que sistemáticamente se fue haciendo más chico tras cada mercado de pases.

Y tomo la palabra chico, para hacerla plural y usarla para adjetivar a ese grupo de jugadores. Chicos e inexpertos eran muchos de esos jugadores, en su mayoría de las entrañas del club. Chicos con importantes experiencias vividas, son hoy esos mismos futbolistas. Y eso se debe no solo a que el entrenador saliente los haya colocado, sino que se debe a los conceptos vertidos por el Vasco, a la potenciación de ese capital que el club tenía escondido por decisión de sus dirigentes y de otros entrenadores.

Pero vuelvo al principio. La ineficacia tanto para convertir lo creado como para defender lejos de Moyano se convirtió en resultados adversos e inverosímiles, primero. Pero al tiempo comenzaron a ser justos, sin dejar de ser negativos. Y es que lo único que puede con un pensamiento positivo es uno negativo. Y esa negatividad, nacida de errores propios, se hizo carne en forma de desconfianza. Y ante la desconfianza lo mejor es ir a lo aparentemente seguro. Y allí comenzó lo desconcertante, cuando el planteo se fue una punta a la otra de las teorías futboleras.

El equipo pasó de buscar jugar desde la pelota a jugar desde la marca. Sin grises. De blanco a negro, o de negro o blanco si prefiere. Y los resultados, tramposos como muchas veces son, confundieron más porque desde el conservadurismo aparecieron algunos scores favorables sin demasiados atributos para ostentarlos. Es decir, lo del principio, pero al revés.

A la irregularidad en la sumatoria de puntos habrá que sumarle el capítulo más difícil de atrapar en palabras descriptivas, el de los últimos meses. El de las variables interminables y el de los estilos y los dibujos cambiantes Azconzábal, reconocido por él, no tuvo nunca como objetivo encontrar un once ideal. Un problema serio, porque todos los entrenadores de fútbol profesional lo tienen en s

u mente. Es necesario para planear un rumbo aunque luego no se lo pueda plasmar en cancha o aunque sea una estrategia discursiva para mantener a todos motivados en la búsqueda de un puesto.

Hay entrenadores extremadamente ofensivos, otros que habitan el extremo opuesto, mil grises entre ellos, pero todos tienen un ideal de nombres en su cabeza. Menos el Vasco.

Podría entenderse en un trabajo de inferiores donde se busca potenciar a todos y el crecimiento de los futbolistas importa más que el resultado pero en un plantel profesional es insostenible. Y pensándolo detenidamente, hasta en juveniles termina siéndolo porque los lugares y los roles dan identidad, aunque luego haya variantes.

En cambio, cuando las oportunidades aparecen tan aleatoriamente, cuando se pasa de ser titular a tercera alternativa o viceversa, cuando tras jugar de extremo derecho se pasa a ser lateral volante por izquierda o media punta, la confusión aparece. Y si además, nada asegura continuar en el equipo, esa confusión se apodera de la escena, se hace reina.

Sin continuidad el futbolista no fortalece su autoestima y un jugador inseguro puede llevar a cabo un plan pero a la hora de la ejecución fina va a estar atravesado por sus dudas. Pasa en el fútbol y en cualquier otra actividad con la diferencia que en este trabajo los testigos se cuentan de a miles.

Sin plan principal sostenido ni plan de contingencias para las tormentas, no hay idea de hacia donde ir ni de donde guarecerse de las tempestades. Eso terminó ocurriendo.
El ciclo no se agota por la falta de respuestas de los jugadores: ante Gimnasia mereció ganar el equipo. Tampoco llega a su fin por los números. ¿Es tan malo el presente matemático de Unión como para cambiar de conductor? Decididamente, no. Aunque los números no sean buenos.

El fin de esta historia está emparentado con la falta de identidad, el nulo sostenimiento de una base sobre la cual modificar sutilmente, y porque no decirlo, por la actitud del técnico ante los medios, único vehículo para comunicarse con los hinchas ante la ausencia del público en los estadios.

Sin dudas, este plantel es mejor que antes de conocer a Azconzábal. Cada futbolista, en primer orden los más jóvenes, ha evolucionado enormemente con la llegada de este entrenador. Todos han tenido minutos y muchos de ellos se han dado a conocer pisando fuerte. Vera, Portillo y Esquivel, quizás sean quienes primero se han graduado dentro de un pelotón de pibes que se han hecho capital y que serán opciones de crecimiento para el club si se los sigue considerando.

El tema es que las raíces, mientras crecen, precisan tierra fértil para estabilizarse y el entrenador saliente, en su vorágine permanente, no ha creado el medio adecuado. Las raíces del crecimiento individual quedaron en al aire de la inconsistencia colectiva. Y al proyecto se lo llevó el viento.