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La opinión de César Carignano: "Identidad, esa necesidad urgente"

31 de julio de 2019


El fútbol suele adueñarse de palabras, las hace suyas y las establece de forma amplia. No las desarrolla ni las profundiza. Simplemente, las toma. Actitud fue la nave insignia, hace algunos años. No fue voluntad ni intención ni determinación ni convencimiento, solo fue actitud.

Luego, detalle fue el término que pisó fuerte en el vocabulario futbolero. Pocos se esforzaron en explicar cuáles son esos detalles, en qué momento y de qué manera influyen, si lo hacen dentro o fuera del campo. Y pocos necesitaron saber de qué se trataba. Solo llegó y se instaló.

Por último, en los tiempos que corren, identidad es el concepto de moda. Nueve letras capaces de ayudarnos a repensar todas las aristas del fútbol aunque la primera lectura, la que la mayoría acepta por inercia, la reduzca a lo que ocurre en el verde césped.

Nada más lejos de la realidad. La identidad no es solo un plan de juego a desarrollar. No es una estrategia mentada por un entrenador que puede explicarse con un dibujo táctico.

Quizá eso ayude a consolidar una identidad, pero lejos está del sentido amplio de la palabra, ese que habla de estabilidad y proyección a mediano plazo. La identidad futbolística, es también una idea general de trabajo, un plan de acción, una guía en la buena y un salvavidas en la mala. Una vía de escape ante la adversidad, si se quiere, y que puede tener diferentes iniciadores.

En algunos casos, ocurre lo que debería ser norma: una propuesta originada en la clase dirigente de un club. Desde ese lugar, por poder y presunta capacidad, pueden delinearse las bases de un proceso: potenciar el fútbol amateur; determinar un perfil de entrenador, aceptando sus matices, pero garantizando cierta continuidad; o determinar un departamento de fútbol profesional sobre el cual delegar decisiones, por citar ejemplos.

Sin embargo, en la urgencia resultadista habitual de nuestro fútbol, mayormente los proyectos no son de los clubes sino que arriban de la mano de los entrenadores de turno. No es sencillo que resulte, pero a veces ocurre. En estos casos, el entrenador es quien arriba con un manual buscando convencer en primer término a los futbolistas, instalar sistemas luego y perdurar más tarde, si los resultados acompañan. Allí la identidad surge del conductor y desde el campo de juego se contagia hacia afuera. En ese contexto, con una idea consolidada, el cambio de jugadores no afecta demasiado porque el ADN es colectivo. En cambio, la salida del técnico puede representar el fin del camino o, de mínima, un desafío gigante.

Por último, pueden nacer de algunos futbolistas esos cimientos de identidad. Pero el gran problema es la precariedad de la situación: es muy difícil transmitir liderazgo. Sí es posible utilizarlo para mejorar el entorno; pero transferirlo, es dificultoso. Por ello, ante la ausencia del líder, una lesión o una merma en su rendimiento, la inseguridad tiende a instalarse, a enraizar rápidamente.

En esa ausencia de identidad futbolera se fundamenta la confusión actual de Colón. Todos son responsables. Cada uno a su medida, aunque las dimensiones solo las conozcan los protagonistas. En este hermoso deporte, es más fácil conseguir un resultado que un funcionamiento. El problema es qué sin valor agregado, sin mejoras profundas, los resultados no se sostienen.

Desde la llegada de Paolo Montero y hasta la actualidad, el estilo de entrenadores ha cambiado permanentemente, la rotación de futbolistas ha sido enorme y la falta de hilo conductor del juego, de una semilla futbolística que germine y crezca ha sido eclipsada por algunos resultados importantes. Tan importantes como efímeros. No hay verdades en este juego, pero si parámetros incuestionables. La regularidad construye solidez y el enamoramiento de un triunfo construye castillos de arena. Los caminos hacia un futuro luminoso o sombrío son fácilmente distinguibles. Qué decisiones tomar para acercar al Sabalero al correcto, no tanto.

Hay momentos donde se precisa que desde las tribunas baje el contagio y hay otras en las que el camino del contagio debe ser inverso: debe nacer desde los escritorios y el campo de juego. Y este es uno de esos momentos. Se impone, en consecuencia, la reflexión y la autocrítica. No hay soluciones mágicas que perduren. Si la introspección no es profunda y sincera, el entrenador de turno será el fusible inmediato, como quizá también lo sean los nombres propios de los cuales no se espera que potencien el equipo sino que lo rescaten, casi permanentemente.

POR CÉSAR CARIGNANO