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Etiquetas Fran Lebowitz y Martin Scorsese o por qué Fran Lebowitz y Martin Scorsese Supongamos que Nueva York es una ciudad

Supongamos que Nueva York es una ciudad, o por qué Fran Lebowitz y Martin Scorsese hacen magia cada vez que se juntan

13 de enero de 2021


Ahora Netflix les permite profundizar en sus obsesiones comunes con un documental de siete episodios que está haciendo furor entre los sibaritas de la (realmente) buena televisión.
Hace tiempo que Martin Scorsese descubrió la fórmula para capturar la esencia de su amiga Fran Lebowitz en formato documental: enfrentarse a su cáustico y acelerado discurso como quien filma un concierto de jazz. Supongamos que Nueva York es una ciudad, su nueva miniserie documental para Netflix, se puede entender así como una colección de solos, duetos (junto a otros artistas del parloteo tan destacados como Spike Lee o Alec Baldwin), improvisaciones y piezas de cámara, siempre con el propio Scorsese como interlocutor y encargado, junto a su inseparable Thelma Schoonmaker, de hacer justicia en montaje a todos esos riffs imprevisibles. Con Lebowitz, lo importante siempre es el tempo: al igual que los grandes humoristas de la historia de la humanidad, los Carlins o Hicks o Chiquitos, el texto está por debajo de la cadencia. Y eso que, por descontado, los textos que la cronista social neoyorquina dispara sin parar (y sin ningún tipo de preparación previa) son brillantes de por sí. Es solo que ella misma pareció darse cuenta hace décadas de que únicamente cuentan la mitad de la historia, o de que su verdadero destino en este mundo caótico del que a ella tanto le gusta quejarse era la oratoria.

Supongamos que Nueva York es una ciudad es, así, una prolongación natural de Public Speaking, una suerte de monólogo/retrospectiva de su carrera que Scorsese estrenó en 2010, con Graydon Carter como mecenas y productor ejecutivo. Si la suma de esos tres talentos se te antoja más neoyorquina que comer una porción de pizza mientras bajas en bicicleta por la Séptima intentando teclear un tuit en el que te lamentas por la temporada que están teniendo los Knicks, no podrías estar más en lo cierto: el sujeto y objeto de estudio preferido de Fran Lebowitz siempre ha sido ella misma, pero también sus circunstancias. Tal como confiese en el primer episodio de la miniserie, sus circunstancias solo han sido, son y serán las de la ciudad que nunca duerme, con la que ha terminado alcanzando no ya una relación de amor/odio, sino más bien una perfecta simbiosis. Sus dos únicos libros, Metropolitan Life (1978) y Social Studies (1981), son antologías de textos sobre Nueva York escritos en o sobre bares, fiestas, restaurantes, parques y esquinas de Nueva York. Su columna en la Interview de Andy Warhol era también una crónica urbana. Su idea del arte no es sentarse frente a un ordenador a poner ideas por escrito, sino sentarse en el metro y observar a sus conciudadanos. Vivir y respirar el entorno que la ha convertido en la mente efervescente que es hoy.

Hacia la mitad del primer episodio, probablemente mientras escuchas a Scorsese riéndose por decimonovena vez con la única persona capaz de hacer que se ría más de diecinueve veces en su propio documental, caes en la cuenta: Supongamos que Nueva York es una ciudad funciona a la perfección como recuerdo punzante de unos tiempos pre-pandemia en los que alguien como Lebowitz, flâneur con conciencia crítica y (pese a llevar tantos años recorriendo los mismos barrios) inspiradora capacidad para el asombro, podía trazar sus derivas urbanas con la libertad de quien se sabe dueña y señora de las calles. No importa, porque todo eso volverá algún día. Al final, cada segundo de este generosísimo documental cuenta. Uno sale del concierto de jazz con la sensación de haber entendido mejor la naturaleza agridulce, chiflada e increíblemente extraña de la vida cotidiana, o la melodía única que se esconde tras el ruido ensordecedor. James Murphy lo dijo mejor que nadie: “New York I love you, but you're bringing me down”. Para Lebowitz y Scorsese, el amor apasionado y reflexivo por los espacios arquitectónicos, los procesos gentrificadores y la fauna humana de una ciudad-estado mental es el único que existe. O, como mínimo, el único que merece la pena.

Fuente: gq