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Etiquetas Ricardo Serruya

Pan para hoy, hambre para mañana

12 de octubre de 2020


Herramienta es tu risa, luz que proclama
la victoria del trigo sobre la grama.
Ríe. Contigo venceré siempre al tiempo que es mi enemigo.
(Con dos años, dos flores de Miguel Hernández)

Todavía quedaban los ecos de las marchas por las calles que recordaban un aniversario del cruel golpe de estado. Todavía retumbaba en los oídos de millones de argentinos movilizados la letra de las canciones que elabora el ingenio popular: “Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”.

Plazas y calles mostraban papeles, vasos de plástico y latas esparcidas. Los cestos de basura vomitaban deshechos.
Habían pasado solo algunas horas de esos actos. Ya era 25 de marzo aquel año de 1996 cuando una información era ignorada por muchos: el gobierno menemista autorizaba la primera soja transgénica.

Muchos no sabíamos que significaba ello, lo cierto es que aquella noticia que pasaba desapercibida para la gran mayoría cambiará nuestras vidas.

Con el tiempo supimos que la por entonces Secretaría de Agricultura, comandada por el “pluri” funcionario Felipe Solá aprobaba el ingreso de este producto con un estudio que le demandó solo 81 días y que se basaba en los realizados por la misma empresa que lo fabricaba: Monsanto.

Pasaron 24 años de aquel día y nada es igual: el campo no es el mismo, se perdieron fuentes de trabajo, se cerraron tambos y chacras, se empobreció la tierra, se contaminó el aire, el agua y los cuerpos. Pueblos y ciudades se llenaron de habitantes enfermos: cáncer, leucemia, abortos, malformaciones se cuadriplicaron y quintuplicaron formando parte de una tétrica postal a la que se le suman desmontes, expulsión de pueblos originarios y campesinos.

Más de 500 millones de litros de venenos esparcidos donde habitan 12 millones de habitantes. Pasaron 24 años y el modelo no solo continúa sino que se amplifica.

NUEVO TRIGO TRASNGÉNICO

En 1991 se crea la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (Conabia) que, según la resolución 124 de ese año, es la encargada de regular las actividades relacionadas con organismos genéticamente modificados de uso agropecuario y hacer el seguimiento y pre-evaluación de las solicitudes presentadas para desarrollar actividades con estos organismos.

Esta entidad junto al Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) sugirió hace uso días al Ministerio de Agricultura de la Nación se apruebe el primer trigo transgénico que incorpora la biotecnología conocida como HB4 que modifica sus genes y lo vuelven resistentes a la sequía y brinda tolerancia al agrotóxico Glufosinato de Amonio.

La noticia fue anunciada con vítores por los sectores vinculados al agronegocio. El periodismo nacional “especializado” en cuestiones científicas, económicas y rurales enrrojecieron las palmas de sus manos de tanto aplaudir.

Medios y periodistas santafesinos se inflaban de orgullo porque parte de este trabajo se desarrollo en nuestra ciudad, más precisamente desde Conicet-UNL.

Lo que para algunos era una gran noticia, para otros un nuevo pesar pues incrementa aún más territorio dominado por cultivo droga dependiente y enriquece los bolsillos de multinacionales que poseen el dominio de esta producción e inclusive su comercialización.

Años de investigaciones solventadas por el estado (léase nuestros impuestos) vuelven a beneficiar a empresas transnacionales y a envenenar nuestro ambiente y nuestra gente.

El mérito del descubrimiento residiría, en parte, a que ese tipo de trigo puede crecer aún en épocas de ausencia de lluvias como las que vivimos por estos días.

Paradójico resulta que el modelo que ocasiona, en parte, el cambio climático y la sequía vertiendo millones de químicos al aire y desmontado a niveles criminales deba paliar los males generados por este mismo sistema que arrasa con montes nativos y quema espacios verdes para ampliar la frontera agropecuaria.

El evento se pudo llevar a cabo a través de un acuerdo y la creación de una empresa llamada INDEAR (Instituto de Agrobiotecnología Rosario) ubicado en Ocampo 210 de esa ciudad de sur santafesino que, además, cuenta con el aporte privado de “Bioceres” , una empresa argentina de biotecnología agropecuaria fundada en el año 2001 que exporta a Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Sudáfrica, India, países de Asia y del este europeo

Según su propia página web se trata de un emprendimiento “ totalmente integrado de tecnologías de productividad de cultivos diseñadas para permitir la transición de la agricultura hacia la neutralidad de carbono. Para ello, las soluciones de Bioceres crean incentivos económicos para que los productores y otras partes interesadas adopten prácticas de producción más respetuosas con el medio ambiente.”

A renglón seguido de afirmar que son respetuosos con el medio ambiente, detallan que la compañía “cuenta con una plataforma biotecnológica única con tecnologías patentadas de alto impacto para semillas”. Curiosa manera de proteger el ambiente.

Esta sociedad (Idear – Bioceres –CONICET - UNL) son los creadores del trigo HB4 que si bien posee entre 5 y 7 años de desarrollo, no se puede afirmar que cuente con todas las evaluaciones de impacto ambiental y en la salud de los consumidores. No tiene estos estudios porque nuestra legislación es excesivamente débil a la hora de exigirlos. Basta solo recordar que Argentina no posee legislación de presupuestos mínimos sobre este tipo de organismos modificados genéticamente. Tampoco es posible que los ciudadanos podamos acceder a la información que, en teoría, se produjeron en la etapa de investigación.

GLUFOSINATO DE AMONIO

Las particularidades de esta nueva semilla modificada, como dijimos, es que es resistente a la sequía y tolerante al Glufosinato de Amonio como alternativa al agrotóxico Glifosato.

Ya en el año 2012 el Dr Andrés Carrasco anunciaba lo dañino que resulta ser el Glufosinato de Amonio y alertaba que, mientras acá se investigaba su utilización, Bayer lo retiraba del mercado por provocar malformaciones y se lo incluía en la lista de pesticidas que van a desaparecer del mercado en base de la nuevas normas de la Unión Europea. (ver nota “Glufosinato un nuevo veneno” publicado en revista “La Vaca” el 3 de septiembre de 2012).

Rafael Lajmanovich, Paola Peltzer, Mariana Cabagna-Zenklusen, Celina Junges, Andrés Attademo, Eduardo Lorenzatti, Agustín Basso y Paula Grenón, investigadores y becarios del Conicet en la Universidad Nacional del Litoral, publicaban en los años 2013 y 2014 trabajos de investigación que se encuentran en Medline, la base internacional de medicina más importante de mundo , producida por la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos que recoge referencias bibliográficas de los artículos publicados en unas 5.500 revistas médicas desde 1966. Actualmente reúne más de 30.000.000 citas.

Lo publicado por los investigadores y becarios mencionados son trabajos "pioneros" a nivel mundial, en cuanto al descubrimiento de la potencialidad genotóxica y neurotóxica de los formulados comerciales del glufosinato de amonio y que se hicieron con organismos considerados "centinelas" y modelos de estudio para salud humana.

El trabajo lo realizan en anfibios ya que son buenos indicadores de daño ambiental o contaminante emergente. En diálogo con Andrés Attademo el prestigioso científico aclaró que “…en estas especies una vez expuestos a diferentes dosis de glufosinato de amonio y medidas algunas enzimas que intervienen en la sinapsis química (nota del autor: cruces biológicos a través de los cuales las señales neuronales puedan intercambiarse entre sí con las células no neuronales, tales como los músculos o glándulas) se inhibieron causándole un daño muy importante".

Los anfibios tuvieron problemas motrices, a demás se afectó el núcleo de las células sanguíneas generando aberraciones nucleares y pequeños micronúcleos indicadores de daño genotóxico.

Otras conclusiones publicadas son que estas nuevas semillas complicarán el panorama de los impactos en salud animal y humana. En animales se ha revelado con efectos devastadores: en ratones produce convulsiones, estimula la producción de óxido nitroso y muerte celular en el cerebro. Genera además efectos teratogénicos (malformaciones o anomalías provocadas en el feto por la administración de medicamentos a la madre durante la gestación) y se han descripto reducción o pérdida de la porción anterior del encéfalo durante la fase de desarrollo del embrión.

Según los investigadores estos son todos indicios de un serio compromiso del desarrollo normal del neuroepitelio y probablemente de las crestas neurales.

Estamos en presencia de un nuevo organismo genéticamente modificado que se viene a sumar a otros que, ya está comprobado es maligno para la salud.

Todo cultivo modificado genéticamente es perjudicial y afecta nuestro cuerpo . Estamos agregando a nuestra alimentación básica una serie de químicos (primero incorporados a una semilla fabricada en un laboratorio, luego rociados previo y posterior a la cosecha) que nos enferman, hecho que se agrava cuando lo es en un producto como el trigo que forma parte de la dieta cotidiana de nuestra sociedad, pues está presente en el pan, galletas, masitas y las pastas entre tantos otros productos de nuestra alimentación.

Finalmente estamos en presencia de un nuevo ataque a la soberanía alimentaria. Campesinos y pueblos originarios que resisten a los embates del agronegocio verán peligrar sus cultivos naturales, pues se pueden perder semillas criollas, cuidadas de generación en generación de manera ancestral y con ellas la necesaria e imprescindible diversidad genética ya que este nuevo trigo transgénico cumple el proceso de polinización de vía aérea, por la acción del viento y será imposible evitar la contaminación.

Ni el “pan nuestro de cada día” escapa al agronegocio.