En Vivo

09 de enero de 2020


Pocas cosas tienen más poder que la voluntad. La intención, la decisión y la ejecución rara vez van de la mano en la vida y menos aun en el fútbol profesional. Existen otros factores que pesan mucho más en la media de los futbolistas: la loca carrera por engrosar el patrimonio perseguido por el terror al día después, como si con dos brazos, dos piernas y una cabeza no se pudiera vivir luego; la búsqueda del prestigio deportivo o de no perderlo al menos; las excentricidades y el confort de no arriesgarse a vestir los colores que se exteriorizan como propios; entre otras cosas, claro.
Todas respetables e incluso aconsejables, pero ninguna tan valiente como animarse a lo que el sistema condena por incoherente.
Nos han acostumbrado a medir en posesiones, capital material y datos la carrera de los deportistas. Nadie parece querer enfrentarlo, decididamente. Y en ese ambiente cargado de frivolidades y miedos pocos miden lo invisible o lo que no puede plasmarse en términos matemáticos o estadísticos. Pocos miden la felicidad en dimensión futbolera, que significa jugar donde uno quiera hacerlo.
Ese es el gran mérito de Brian Fernández y su decisión de venir a Santa Fe a calzarse la camiseta de su querido Colón. Todo por ganar, todo por perder. Allí, en esas últimas tres palabras de la última oración, está el coraje. El coraje y probablemente la necesidad.
Necesidad de encontrar un camino, una salida a ciertos malos hábitos que los amigos del campeón le han acercado. Necesidad de reencontrar en su origen un rumbo. Necesidad de ubicar en su esencia, en los aromas de su eje, la fortaleza para que el delantero goleador, feliz y pleno, venza por fin al vulnerable ser humano -todos los somos en algún punto- que sucumbe ante sus inseguridades.
Para ello se precisa voluntad, claro. Pero sobre todo se precisa de la palabra más fuerte que pueda existir: el amor. Amor representado en los colores que vaya a saber uno a cuantas paradas de su vida lo llevan. Amor que se tiñe en esa vida de rojo y negro. Amor que significa esperanza, también.
Querer lucir los colores del alma, cuando las realidades estrictamente deportivas de Fernández y el Sabalero son tan disimiles, es otro punto resaltable, que reafirma el tamaño de su decisión. Querer estar es hoy invaluable para el club. Ha pasado con el entrenador y es importante, contagioso, que pase con un futbolista de su calidad.
Pero Brian no solo depende de Brian. En esta peculiar etapa de su vida – y de su carrera- la presencia cotidiana de la institución del Barrio Centenario, mediante todos sus recursos, será vital.
Hace rato que en el fútbol al protagonista no se lo cautiva con dinero. Sí se lo atrae, pero no se lo cautiva. Cautivar, conquistar, seducir, empatizar o como quiera usted llamarlo, es otra cosa. En la diaria ningún futbolista está atento a su cuenta bancaria. La pertenencia nace en otros sitios, fundamentalmente en el diálogo fluido. Allí está la clave para detectar incomodidades o inseguridades a tiempo.
Digo esto, porque el futbolista es antes un ser humano y precisa sentirse valorado y cuidado para responder al máximo, como en cualquier trabajo. El vínculo aumenta el potencial. Y en situaciones particulares como la del surgido en Defensa y Justicia, esta proximidad es determinante.
Si Colón entiende que el esfuerzo no debe quedarse solo en pagarle el sueldo, y si el jugador comprende que debe dejarse ayudar, probablemente fluya la sinceridad y los objetivos comunes -futbolísticos y de vida- estén mucho más cerca de realizarse. Ese es el mayor desafío para que Brian logre querer al club desde adentro tanto como lo quiere desde afuera.

Lo hizo himno el gran Pappo Napolitano y vive con la fuerza de su nacimiento. En esta actualidad, para Colón y Fernández, no hay nada como ir juntos a la par.