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Gallardo, una permanente mirada al futuro

31 de mayo de 2019


El lugar del dichoso siempre suele ser más fácil y más feliz que el propio. En parte, porque la foto del éxito nunca deja ver la película del camino. En parte, porque nos cuesta reconocer que la dicha sea una consecuencia y no solo un estado.

Detrás de cualquier triunfo temporal, porque los triunfos son temporales, hay un enorme esfuerzo. Nada es mágico, nada cae sin madurar en el fútbol como en la vida. Quizás el azar confunda a veces, pero tiene patas cortas como la mentira.

No es sencillo perdurar mucho en este deporte y menos aún hacerlo en nuestro país. Para ello se precisa capacidad, no suerte. Se necesita capacidad y perspicacia. Paladar para rodearse de un buen grupo de trabajo para encarar luego la difícil empresa de los entrenadores: el fascinante arte del convencimiento.

Ante un alumnado el profesor expone sabiendo que más allá de su compromiso, el oyente debe preocuparse para rendir bien. El alumno debe adaptarse al profesor. En el fútbol, en cambio, quien debe preocuparse por el mensaje es el conductor, entendiendo que deberá decodificarlo de diferentes modos para captar la atención de cada pieza del engranaje porque de lo contrario, la maquina dejará de funcionar.

Por allí pasa una de las grandes virtudes de Marcelo Gallardo, quien ha engrandecido de modo exponencial la espalda futbolera con la que asumió hace un lustro el desafío de dirigir a River.

Ha tenido el genio para diagramar una idea acorde a la historia del club, pero a su vez ha tenido el carisma para sostener la cuerda lo suficientemente tensa como para que nadie confunda calidez con relajación. Virtud de pocos, ciertamente.

Ha tenido además la adaptabilidad para amoldarse a los momentos y a sus nombres paseando por todas las variables que la táctica y sus dibujos ofrece.

Ha mostrado también, una sagacidad excluyente para contratar con criterio y sin errores casi, amén de contar con mucho dinero a su merced.

Pero más allá de ello, probablemente siendo esta la gran diferencia con sus contemporáneos, ha mantenido la ambición en todo momento. Ha convencido a los suyos de que es vital mirar hacia adelante por más seductor y grande que sea la conquista que queda atrás. Eso ha hecho demoledor a su equipo. Adaptarse al éxito es más complejo que hacerlo al fracaso.

Pocos pueden escapar de las mieles de un hecho histórico para enfocarse en la planicie que significa iniciar otro camino vislumbrando que al final la cima será más gloriosa que la ya coronada.

Tan simple de ver como complejo de conseguir. Esto distingue a Gallardo de la mayoría. Eso distingue a River del resto. No se trata de nombres, de dibujos o de sistemas, se trata de identidad. Una identidad que parece estar por encima incluso de su principal constructor y que le ha permitido trascender su tiempo para teñir este proceso con el bronce de la inmortalidad.