En Vivo

23 de junio de 2019


Las selecciones encandilan. Por un lado, las necesidades, la confusión y la renaciente y hasta infundada ilusión en torno al combinado mayor masculino ocupa horas y horas de preocupación y teóricos con recetas, sospechosamente, infalibles. Por el otro, el orgullo genuino, el espacio adquirido hoy y para siempre por las mujeres, la felicidad de haber competido con altura entre potenciales superdesarrolladas y el recibimiento inédito a un seleccionado de balónpie femenino.

Además, sumándose a la conspiración contra el fútbol doméstico, las efemérides. Esas que son tan caras a los sentimientos futboleros albicelestes cada mitad de año: el gol de Diego a los ingleses, su último gol mundialista ante Grecia, el 6 a 0 frente a los peruanos en el Gigante de Arroyito, el tiro libre de Lionel para superar al Bati en la tabla histórica de goleadores, por nombrar algunas de la última semana.

Semana que tuvo vida más allá de aquello que envuelve al fútbol blanquiceleste de AFA. Situaciones que incluso la rozan de cerca, porque este protagonista, de cortos, ha respondido regularmente en los últimos años a la requisitoria nacional.

Fue campeón mundial sub20 en Holanda y campeón olímpico en Pekín. Fue, también, subcampeón en las Copas Américas de Venezuela y Chile y de la Copa del Mundo de Brasil. Tuvo triunfos grandes y enormes aprendizajes.

Los resultados adversos, en su caso, no fueron caídas. Ellas han tenido más que ver con su salud deportiva.

Fernando Gago, al tiempo que se consolidaba como uno de los mejores intérpretes de la melodía futbolística de Messi en la selección y al tiempo que escribía una admirable historia deportiva debió convivir, tras chocarlas de frente, con las lesiones.

Hace casi cuatro años, se rompió el tendón de Aquiles izquierdo jugando el partido más prestigioso que ofrece la patria futbolera argenta. Hace poco más de tres, fue nuevamente ese tendón el que lo tiró a la lona, otra vez en un superclásico. Hace casi dos años, luego de mirar las

adversidades de frente y vencerlas, cuando sus chances de ser mundialistas crecían, fue la rodilla quién lo abatió obligándolo a afrontar, una vez más, el único momento paralizante de un deportista: las lesiones.

A la vuelta de aquello, en Resiliencia, el cuento con el que se abre el libro Pelota de Papel 2, Fernando cuenta con entereza de qué manera superó ese nuevo gigantesco obstáculo.

Pero como no hay guión que supere a la vida misma, el destino o quien sea, lo volvío a poner mano a mano con la desgracia máxima en un campo de juego, hace seis meses. En una de sus casas, en ese Santiago Bernabéu que de pibe supo transformar en su quinta, el mismo tendón de siempre le arrebató las ilusiones de pelear esa final de Libertadores hasta el último suspiro y le arrebató, seguramente, las ilusiones de seguir intentándolo.

Sin embargo, un ser maravilloso, de esos que son parte de nosotros pero tienen magia propia e impronta independiente para pensar, logró motivar lo que los resortes habituales -amor propio, familia, amigos- quizá no hubiesen podido: un hijo

Por él Gago empezó a entrenar. Por él y sus palabras, se convenció de volver a intentarlo. Ese es el verdadero triunfo, reunir la valentía de probar de nuevo.

Nunca será lo mismo decidir irse que tener que irse. Por esta simple razón, la reinvención, la decisión de levantarse por enésima vez, no es solo un triunfo para el volante que sueña con pisar una cancha con la camiseta de Vélez, sino que es también una inspiración para todos los que ven su reflejo en el espejo propio. En el fútbol o en la vida.