En Vivo

08 de julio de 2020


No debe existir en el amplio terreno de los dilemas uno tan pensado y teorizado como el del plumífero y el cuerpo redondeado que contiene el embrión que luego será cría. Muchas de esas teorías no solo aplican al debate específico del tema. Hay muchas variables surgidas de este dilema que lo hacen propiedad de la humanidad toda.

Dentro de esas muchas variables, como dentro de casi todas las variables de todos los temas que existen, aparece el fútbol.

Y si aparece el fútbol, estamos habilitados a hablar todos los que lo adoramos. Cada quien desde su óptica y cada quien desde su subjetiva objetividad, porque habrá que decirlo, la mayor de las objetividades es la menos influenciada por la subjetividad. Una no sería nada sin la otra. Casi casi como el huevo y la gallina.

Por la tanto, como en casi todo el inconmensurable espectro del fútbol, las verdades inexorables no existen. Existen sí, un sinfín de opiniones que según su fundamento gozan o no de validez y de aprobación. O no.

Brian Galván ha dejado de ser jugador de Colón, pero no hincha. Lo primero es tan cierto como lo segundo más allá de que su texto de despedida alimente la confusión y corra la atención del verdadero centro que tiene más que ver con el cómo se fue que con la confección del mensaje divulgado vía redes sociales.

El escrito pareciera haber salido de otra realidad. Hay conceptos que caen muy lejos de los acontecimientos pero ponerlo por encima del contexto que desencadenó su salida sería reducir la película a una solo foto. Una foto poco descriptiva del proceso, por otra parte.

Antes de su arribo al fútbol norteamericano hubo una lesión, antes un debut y mucho más atrás, un desarraigo. Es imposible que no exista afecto hacia el club. Nadie que se desprenda de su mundo por perseguir sus sueños lo hace sin amor. Ese amor, al fútbol originalmente, se convierte en amor a los colores, poco después, acrecentado por la distancia.

¿Implica una traición marcharse de este modo? No necesariamente. ¿Dejó Galván de querer al club al tomar esta decisión? Tampoco es necesario. Uno quiere al que lo quiere. Los clubes son mucho más que las personas que circunstancialmente los representan pero se nutren del accionar de esas personas para irradiar afecto y pertenencia en los de afuera.

Seguramente, el vínculo afectivo del tucumano con Colón esté asociado a los compañeros de camino amateur, a los entrenadores y dirigentes de ese fútbol quienes secundaron su crecimiento y contuvieron la ausencia de su familia. Probablemente, parte del círculo que construyó en el ambiente del profesionalismo también ligue al futbolista al rojo y al negro.

Sin embargo, en esto que es un negocio aunque se lo disfrace de pasión, los que justamente lo transforman en mercantilismo se olvidaron de cuidarlo. Los seres humanos, como piezas de cambio comercial, son un recurso muy sensible porque cotizan en los mercados sin dejar de sentir y percibir.

Hay gestos que valen todo lo que el dinero no puede comprar. Esos gestos construyen lazos fuertes, lealtades profundas. Nadie mide en su dimensión real la distancia y la frialdad hasta que se hacen números, o se hacen pérdida. Y cuando se han hecho números y pérdidas, los sentimientos se congelan y la supervivencia se impone. Los sentimientos quedan en las personas que los tejieron y los arroparon, y la supervivencia aflora ante los gélidos que no edificaron un vínculo más allá de lo contractual. Y surge la distancia y el pase de manos para no asumir responsabilidad alguna.

Por eso, reducir el afecto a una decisión es simplista. Por eso, reducir las culpas al que se ha ido también lo es.

Habría que preguntarse porqué con tantos hombres de escritorio dentro de la institución nadie ocupa el fabuloso y sensible rol de ver al futbolista como una persona, tras una lesión por ejemplo.

Habría que preguntarse porqué, con tantos hombres de escritorio dentro de la institución nadie ocupa el determinante rol de observar a mediano plazo, generando previsibilidad y custodiando el capital del club todo.

O habría que preguntarse, en definitiva, de quien es la culpa cuando el hijo no se identifica con el padre. Solo así, reflexión mediante, entenderemos que en este caso, el huevo y la gallina se llevan su parte. Más allá de que sigamos en el embrolló de no definir quien ha sido primero.