En Vivo

09 de mayo de 2019


El fútbol es ilimitado. Lo son sus variantes, lo son sus análisis y lo son sus conclusiones. No obstante, pareciera estar lleno de verdades en lugar de dudas, sin comprender que de estas últimas nacen la inquietud, la curiosidad, la revisión y el crecimiento.

Aceptar que el resultado vale más que el resto es una triste decisión. Porque si bien es un fin, para los que miran mucho más el horizonte que la punta de sus pies, es un medio. Valioso, sí, pero un medio al fin. Los cambios de paradigmas, los cimientos de una nueva era no se sustentan en la soledad de un resultado sino que lo hacen en la profundidad de las convicciones, en la construcción de una identidad, en la edificación de un grupo, aunque no se gane siempre y aunque el palmarés no se engrose de títulos cada año.

Parece inimaginable, en estas latitudes, que perder una final amerite una continuidad. La sensación instalada es de ciclo cumplido en la derrota y de cheque en blanco en la victoria. De banquina a banquina, sin término medio. Lo mismo que sostener un proyecto deportivo eficiente en un club grande que no logra títulos en algunos años.

La necesidad y urgencia no es compatible con el largo plazo. En el fútbol y en la vida argenta. La obsesión por la inmediatez nubla la visión de largo alcance. Es como una neblina. Sin embargo, el problema no está en perder sino en no aprender de ello. O mejor dicho, en no intentar aplicar ese aprendizaje, continuando un proceso. Porque la experiencia nutre, continuando o no en un club. Es, en definitiva, el fracaso de todo el que no es campeón.

En otros lugares, donde las calles de la cordura no son tan angostas y las banquinas no son tan cercanas, las cosas funcionan de diferente manera. Y aunque reconocemos esos valores, los aceptamos ajenos, no reflexionamos sobre la viabilidad de transportarlo a nuestro fútbol, a nuestra sociedad.

Jurgen Klopp / Mauricio Pochettino

Jürgen Klopp llegó a Liverpool hace cuatro años y no ha conseguido títulos. Mauricio Pochettino hace cinco que conduce a Tottenham y no ha ganado ningún campeonato. Ese el gran punto en todo esto. Triunfos tienen centenas, aunque las vitrinas estén igual que al momento de sus arribos.

Instalar una idea de juego, convencer, cautivar, empatizar con el futbolista, conocer como siente cada uno ante diferentes situaciones, transmitir valores humanos, comprometerse para comprometer. Todas estas citas no son finales ganadas, pero son triunfos que engrandecen la base para luego dar el salto, o para que algún día el salto se dé con otro entrenador. Eso identifica al alemán con el argentino: las ganas de cambiar la historia.

Nadie transforma una casa en un hogar en poco tiempo, del mismo modo que nadie puede cobijar visitas brindándole calidez si no la ha elaborado con el paso del tiempo. Ese es el camino que eligieron estos entrenadores. Ni los Reds ni los Spurs eran en los últimos años lo que son hoy. Eso es trascender.

Podrían haberse quedado en el camino, porque en una fase eliminatoria conviven las intenciones colectivas con las individualidades, el azar y la eficacia. Pero sus cartas son claras como el reconocimiento de sus hinchas que se sienten representados con o sin copas. La búsqueda de ambos es asociada, intensa y absolutamente comprometida. Son una familia al servicio de sí misma.

Por ello, el campeón de esta Champions lo será con justicia. Por ello también, la Champions ya tiene dos grandes ganadores.